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Reportaje:

Artes escénicas: entre el descontrol y la desgana

Un breve repaso a la situación de las artes escénicas en la Comunidad después de cuatro años de gobierno del Partido Popular deja poco margen al optimismo, cualesquiera que sean los buenos propósitos que se formulan para la legislatura entrante. No es que los socialistas andaran muy afortunados en las postrimerías de su mandato, pero sería necio negar que desde entonces la situación no ha hecho sino empeorar. Los populares inauguraron su llegada al gobierno, en aquello que tiene alguna relación con el teatro, designando al profesor Conejero como director artístico de Teatre de la Generalitat, el organismo que sirve de vehículo a la política escénica de la Generalitat, quien pronto dio muestras de llevar su gestión mediante una oscilación perpetua entre lo pintoresco y lo estrafalario, de modo que no hubo otro remedio que colocarle a Germán Marco en funciones de gerente para seguir más de cerca sus erráticas evoluciones. Se sucedieron por entonces algunos episodios chuscos, alcanzado cierta notoriedad, además del inmediato baile de titulares de la Consejería de Cultura, la fuga a Miami de Santiago Muñoz, director general responsable de cine, teatro y música en el citado organismo, el día después de desgranar un espléndido programa de intervención teatral en una reunión celebrada en Alzira. Fue el momento elegido por la profesión para crear una fantasmática Plataforma de las Artes Escénicas, que vivió el tiempo justo de celebrar su acto de presentación y a la que se apuntó todo el mundo, incluido un Gil-Albors que recibió apoyos serios de la profesión para sustituir a Conejero al frente de Teatres. Consumado así el desastre, y coincidiendo con la promoción de Consuelo Ciscar a la dirección general de la consejería, se liquidaron las producciones propias, se intentó llenar los teatros institucionales (Principal, Rialto, Moratín y Talia) con una programación a la que sería excesivo atribuir algún sentido y se ensanchó la tradicional brecha entre las instituciones y los profesionales valencianos de la escena. Un proyecto de Centro Coreográfico Nacional, impulsado por los socialistas, hubo de quedarse en apunte de un centro casi comarcal, sin que nadie se haya rebajado a ofrecer la menor explicación sobre la devaluación de ese proceso, como tampoco se ha explicado la renuncia de Olga de Soto a ocupar la dirección de ese Centro ni se ha proporcionado mayor información en ese tiempo sobre la política teatral, los criterios seguidos para rediseñar la política de ayudas y subvenciones ni se ha puesto públicamente en discusión que el ahora dimitido Gil Albors fuera la persona idónea para hacerse cargo de una situación teatral complicada. Promesas electorales al margen (suena a broma mencionar siquiera la creación de un Teatro Nacional Valenciano por quienes han dedicado tres años a destrozar lo que quedaba de nuestra escena), la intervención institucional reciente en las artes escénicas convierte en esplendoroso el recuerdo del Centre Dramàtic a fuerza de actuar con un desdén que muchas veces ha rozado el insulto. Incluso se ha comentado que si lo ocurrido con la intervención institucional en las artes escénicas hubiera sucedido en el IVAM, es probable que hubiésemos asistido a más de una crisis de gobierno. Ese vacío ha sido aprovechado por las compañías que se consideran consolidadas para exigir su parte en un pastel inexistente y, sin embargo, apetitoso. La encrucijada par la próxima legislatura, en el supuesto de que las cosas vayan en serio, seré dar con la varita mágica que contente a las compañías privadas, lo que no parece cosa fácil, a la vez que pone en pie ese indefinido Teatro Nacional Valenciano que, hasta el momento, tampoco ha suscitado más entusiasnmos que los perfectamente descriptibles.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 1 de junio de 1999