Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Tribuna:

El pasillo

JUANJO GARCÍA DEL MORAL El aire viciado y el calor, aun de buena mañana, te golpean al entrar. El pasillo es lúgubre, largo y estrecho, con puertas a ambos lados y, alternativamente, asientos adosados a la pared. Los escasos tramos de pared libres de puertas y asientos están, como éstos últimos, ocupados por personas que esperan. Hay muchos niños. Algunos de ellos juguetean por el suelo. Mayores y pequeños tratan de hacer más llevadera la, por lo general, larga permanencia en el incómodo pasillo, donde el espacio libre para circular es mínimo. A pesar de todo, el oscuro corredor registra un considerable tráfico humano, con puertas que se abren y se cierran de forma constante, en un ir y venir que, desde luego, no deja lugar a la soledad. El pasillo hace las veces de sala de espera. Las concesiones a la comodidad son nulas y las facilidades para que los niños se entretengan, mínimas. Sólo en una sala de espera aneja, más amplia, pero igualmente atiborrada, tan ruidosa y casi tan oscura como el pasillo y donde el aire no está menos viciado, existe la opción de hacer funcionar un vídeo para que los niños vean -oír, desde luego, es otra cuestión, dado el ajetreo reinante, que incluye una estridente megafonía impropia del lugar- una película de dibujos animados, eso sí, previa inserción de la correspondiente moneda. La escena, digna de uno de esos reportajes sobre las pésimas condiciones de la asistencia sanitaria en un país subdesarrollado, se repite cada día en las dependencias del hospital La Fe de Valencia que acogen las consultas externas de pediatría, en las que el hacinamiento, la insalubridad, el ruido y la incomodidad son moneda corriente. Desde luego, la escena no cuadra con la sanidad moderna que nos venden cada día, de forma especial durante la campaña electoral en la que estamos inmersos, ni con un centro hospitalario que cuenta con los mejores profesionales. Pero, sobre todo, no es de recibo. Los adultos podemos pasar por alto muchas cosas, pero los niños -que, además, están enfermos, no se olvide- no tienen por qué ser sometidos a un sufrimiento añadido por unas condiciones como las descritas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 1 de junio de 1999