LA DECISIÓN largamente anticipada se produjo ayer: la Reserva Federal (Fed) estadounidense aumentó en 0,25 puntos, hasta el 5%, su tipo de interés interbancario. Existían ya muchos indicios, trabajados hábilmente por el propio presidente de la Fed, Alan Greenspan, de que la política monetaria estadounidense iba a adoptar un sesgo alcista. El origen de este cambio de tendencia fue una reacción al repunte de precios en abril (0,7%). Aunque la cifra de un solo mes no indique por sí sola un recalentamiento de la economía, ese dato se añade a otros que justifican las cautelas de la Fed, como el crecimiento intenso del consumo, el ahorro nulo de las familias o la sobrevaloración del mercado de valores, que algunos califican de burbuja peligrosa. Muchos economistas y expertos han considerado que la Fed no estaba obligada a subir los tipos. Las empresas estadounidenses son cada vez más intensivas en tecnología, generan mayores crecimientos de la productividad y el mercado de trabajo es muy flexible. Por lo tanto, los defensores de una política monetaria más suave sostienen que, incluso en situación de prácticamente pleno empleo, no hay razón para temer tensiones inflacionistas. Pero Greenspan ha elegido la opción más prudente. Según sus propias palabras, "toda fase expansiva tiene un final y la obligación de la Fed es procurar que sea suave".
La subida de un cuartillo tiene una ventaja añadida: puesto que es moderada -se especulaba con un alza de hasta medio punto-, no hay razón para que los mercados financieros se inquieten en exceso. Pero hay otra lectura severa en los mercados internacionales: la tendencia al abaratamiento del dinero ha terminado. Otros indicios lo confirman. En Europa se detecta una tímida recuperación en Alemania e Italia, y como aumenta el diferencial en los tipos a corto entre Europa y EE UU, es menos probable que el Banco Central Europeo mantenga la política de recorte del precio del dinero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de julio de 1999