Llega el mes de julio. Y al ciudadano solamente le quedan dos opciones para tratar de conciliar el sueño: abrir las ventanas de par en par, con el fin de facilitar la entrada de aire fresco, o cerrarlas a cal y canto, con el achicharramiento consiguiente. En el primero de los casos, el remedio es peor que la enfermedad, ya que todos los sonidos estridentes habidos y por haber se cuelan junto al aire fresco y toman posesión de la vivienda, torturando a los ocupantes e impidiéndoles el merecido descanso.
Todo ello redunda en que al día siguiente se está de mal humor, no se rinde en el trabajo, se puede provocar un accidente de tráfico, etcétera. ¿No se pueden evitar todos esos hechos negativos con una normativa adecuada?- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de julio de 1999