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Tribuna:

Cien

Aunque pueda parecerle increíble, con ésta son cien las semanas que escribo para usted. Seguramente ya son demasiadas, así que, con el fin de celebrarlo, he elegido un asunto asquerosamente egoísta. Quiero coronar esta columna. Transformarla en pedestal por unas horas. La idea me la dio un rector de la catedral de Girona que en su hoja parroquial denunció el piercing como práctica de competencia ilegal contra el catolicismo. Las conductas que castigan el cuerpo, como el cilicio y el piercing, son apropiadas para almas tiernas que comienzan a adivinar a dónde puede llegar la sexualidad. Pero el cura y un paseo por la exposición Jardín de Eros, que han montado en Barcelona Victoria Combalía y Jean-Jacques Lebel, me llevaron a pensar en otras conductas que no castigan el cuerpo, sino que lo gozan. Entonces recordé el pie de Fumiko.Habrá usted observado que en la muy abundante pornografía que la publicidad tiene la bondad de ofrecernos gratuitamente y donde ya no queda parte del cuerpo femenino por explotar, se constata una significativa desaparición del pie. No hay apenas pies femeninos en la publicidad, y los que hay son aburridos, asépticos, inexpresivos, o están al servicio de otras partes más populares e infantiles. El escritor japonés Junichirô Tanizaki necesitó 50 páginas para sugerirnos someramente el célebre pie de Fumiko, cortesana de 16 años cuya extremidad inferior reposó sobre la cabeza de su amante durante tres horas con el fin de aliviarle la agonía y ayudarle a morir. Pero a pesar de la potencia del pie femenino en la vida de millones de hombres y mujeres, no he visto yo que la publicidad lo trate con el debido respeto y exigible rigor. Aquellos que conozcan las muy instructivas páginas de Freud sobre el asunto, ya saben a qué conclusiones debemos llegar sobre esta conspiración contra el pene materno.

Por ello y en agradecimiento al cura catalán y a Jean-Jacques Lebel, quiero coronar la columna número cien poniendo sobre ella el delicadísimo pie desnudo de santa María, madre de Dios y madre nuestra, pie luminoso y alegre, vivaz y magnánimo, divino pie entre cuyos dedos nacarados retoza eternamente la maligna y sin embargo siempre sonriente serpiente del Paraíso.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 1 de septiembre de 1999