La explosión de otra potente bomba en Moscú -la segunda en cinco días en la capital y la tercera de semejantes proporciones en todo el país en 10 días- dejó reducido a escombros un edificio de viviendas del que anoche habían sido rescatados más de cincuenta cadáveres. El nuevo atentado, atribuido por las autoridades a militantes chechenos, confirma que Moscú se ha convertido en escenario de una campaña terrorista de enormes proporciones. Pese a las medidas (más voluntaristas que eficaces) anunciadas por Borís Yeltsin, la capital rusa parecía ayer una ciudad a merced de un terrorismo indiscriminado y extremadamente cruel.
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La bomba de ayer dejó convertido en un solar un bloque de ocho plantas con 60 viviendas. Ninguna vinculación parecía existir entre el objetivo elegido por los terroristas y los motivos que éstos esgrimen para su causa. "El terrorismo ha declarado la guerra a Rusia. Es una amenaza que no tiene cara, nacionalidad ni religión", declaró Yeltsin en un mensaje televisado. El presidente trató de tranquilizar a la población con el anuncio de que ha dado instrucciones de que sean revisados los bajos de todos los edificios de la capital. Pero la angustia y el sentimiento de desprotección de los moscovitas era anoche patente a medida que crecía la cifra de muertos. Si el número de fallecidos por el atentado de ayer llegase al centenar, como parecía previsible, casi trescientas personas habrán perdido la vida en tres atentados en Rusia en el plazo de 10 días. Yeltsin aseguró que, por el momento, no recurrirá a medidas excepcionales, pero ya se escuchan voces a favor de declarar el estado de emergencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de septiembre de 1999