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Tribuna:

Identidad

JAIME ESQUEMBRE

Con un equipo de fútbol a punto de desaparecer y un debate abierto sobre la dudosa titularidad catastral del monasterio más venerado, Alicante parece haber abrazado una crisis quasi existencial, no por esperada menos absurda. Se trata, dicen, de dos de los tres pilares principales sobre los que se estructura la sociedad civil alicantina, el Hércules y la Santa Faz, lo que hace que no pocos tiemblen ante la posibilidad de que el tercero y fundamental de esos elementos, aquel que vertebra todo lo vertebrable, capaz de funcionar como un lobby de poderosas raíces, de determinar gobiernos municipales y condicionar candidaturas electorales, enfile el mismo camino. Porque si las Fogueres entran en crisis, a tenor de cuanto acontece con los pilares menores, Alicante se sumirá en un proceso de depresión colectiva.

Me niego a erigir al fútbol, la religión y las fiestas al rango de únicas señas de identidad de un pueblo. Me ruboriza observar cómo tales asuntos ocupan grandes espacios informativos en detrimento de otros asuntos de mayor relevancia. Aun a riesgo de ser lapidado en la plaza de toros, no creo que la desaparición de un club privado como consecuencia de su fracaso económico y deportivo merezca más atención que el cierre de una pastelería centenaria que se quedó sin clientes. Como tampoco creo que la estructura, simbología o accesibilidad del monasterio estén condicionadas a la identidad del propietario.

Hablamos de dos síntomas evidentes de superficialidad. Se prioriza Hércules y Santa Faz cuando la ciudad crece de forma alarmante, sin diseño definido, devorando suelo con acero y hormigón. Los mismos que con lágrimas en los ojos exigen ayudas para el fútbol y debaten acalorados sobre quién manda en territorio sagrado, callan ante la posibilidad de que importantes yacimientos arqueológicos sean destruidos y guardan cómplice silencio ante actitudes poco democráticas de sus gobernantes, la caída en picado de actividad cultural o la carencia de espacios verdes. No existe trilogía, sino el vacío.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de octubre de 1999