Los sistemas que buscan los traficantes para burlar los controles policiales podrían formar parte de un libro de los inventos. Uno de los últimos elegidos para ocultar grandes cantidades de droga es el interior de contenedores. Los traficantes los desprecintan, introducen la sustancia ilegal y vuelven a sellarlos. Cajas de ron, de cosméticos, de muebles, ayuda humanitaria, todo vale. Eso es lo que hizo una red que trataba de introducir marihuana en España a través del puerto de Santurtzi para luego distribuirla por otros países del área mediterránea. La Guardia Civil aprehendió en agosto pasado 588 kilos de esa sustancia, valorados en unos 250 millones de pesetas, oculta entre las mercancías de un contenedor. Oficialmente, el destino del cargamento, consignado como "ayuda humanitaria", era una congregación religiosa, que posteriormente la destinaría a Kosovo.En el caso del narcotráfico aéreo, se decantan por los libros e inocentes paquetes de postales, como ocurrió en una operación de marzo pasado. La cocaína se encontraba en este caso oculta entre páginas de literatura procedente de Perú. Su objetivo: el barrio de Las Cortes en Bilbao.
En julio último, la Ertzaintza descubrió en un pesquero de Ondarroa cuatro toneladas de hachís procedentes de Marruecos con destino a Europa. Los perros especializados que emplea la policía autonómica olieron la droga escondida entre cajas de pescado.
La Policía Municipal de Bilbao se topa con una barrera infranqueable la mayoría de las veces que detiene a sospechosos. Los camellos guardan unas cinco dosis, entre 10 y 15 gramos, en el envase de un huevo de chocolate. Despúes lo esconden en el recto y lo extraen cada vez que realizan una entrega. La ley sólo permite el registro íntimo si el detenido da su consentimiento y en la memoria de los agentes de la Unidad de Drogas ha ocurrido dos veces.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de octubre de 1999