Ya se sabe que las cosas son según el color del cristal con que se miran, pero me sigue pareciendo pasmoso el grado de hipocresía y de ceguera que nos gastamos los humanos. Los propios intereses (de ahí la hipocresía), y la cerrazón de los prejuicios (de ahí la ceguera), hacen que sintamos una comprensión ilimitada para los defectillos de los nuestros, a la par que una indignación feroz y justiciera contra los siempre horribles actos del contrario.Todo esto viene al caso de la guerra de los rusos contra Chechenia. Hete aquí que los rusos llevan semanas bombardeando a los pobres chechenos, invadiéndoles por tierra, cortándoles el suministro de gas, destruyendo poblaciones enteras y provocando la huida aterrorizada de decenas de miles de civiles; y hete aquí que los occidentales estamos asistiendo con plácida impavidez a toda esta mugre bélica, haciendo como que la cosa no nos atañe.
Me pregunto donde estamos los columnistas, que ni rozamos el tema; y dónde están esos intelectuales siempre tan preocupados en firmar manifiestos contra el belicismo de Estados Unidos; y por qué no existe un debate en las tribunas de opinión, como lo hubo con Kosovo. Y aún peor: ¿dónde están las ayudas humanitarias, las ONGs, la solidaridad internacional? Los 150.000 refugiados de Chechenia se encuentran total y desesperadamente abandonados.
¿Qué lugar ocupa el drama de Chechenia en nuestra conciencia? Pues yo calculo que nos preocupa mucho menos que decidir qué película vamos a ver este fin de semana, por ejemplo. Y, sin embargo, esos niños, y esas mujeres, y esos hombres chechenos son tan humanos como los kosovares o los serbios, y tienen la misma sangre roja, la misma angustia negra, el mismo dolor y las mismas lágrimas. ¿Por qué sucede esto, por qué ahora no queremos ni ver ni oír ni recordar? Pues, primero, por interés propio: Rusia es un monstruo malherido al que puede ser peligroso molestar. Y, segundo, porque durante muchos años los rusos han sido "los buenos" para la progresía occidental y para los intelectuales europeos. O sea, por imbecilidad e hipocresía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de octubre de 1999