MIQUEL ALBEROLA
Alrededor de las diez Alejandro Font de Mora ya estaba allí con su barbita de madelman segregando saliva con Rafael Maluenda, Martín Quirós y otras leyendas de la popularidad. También había llegado Joan Ribó con maillot oscuro, aunque no había ni rastro del Grupo Socialista. Entonces entró Antonio Moreno hablando por el móvil para inyectar optimismo a una tropa que quizá se había replegado sobre sí misma y había formado un agujero negro en el hemiciclo. Manuel Tarancón llegó con la sotana negra. Enseguida lo acribillaron los fotógrafos y se sentó en la esquina casi patibularia del banco azul. Más que solo estaba abandonado. La popularidad estaba por otros asuntos como el golf, los coñacs y los puentes festivos. José Cholbi le echó una mano, pero sólo para saludar. En medio de la indiferencia sideral Marcela Miró habló en valenciano, dejó caer un mazazo y Tarancón subió al púlpito para oficiar una homilía que casi nadie atendió. Las señorías del PP estaban dale que te pego con el teléfono y vendiendo décimos de lotería. En diez minutos el consejero se plantó en el podéis ir en paz y Miró citó a la oposición para el responso. Ramón Cardona, por EU, preguntó, exigió auditorías y pidió la dimisión. Tarancón aguantó el chaparrón contra su política sin complejos y sus conciertos de verano. Luego subió Baltasar Vives para glorificar la política socialista y criticar la dilapidación que ha hecho el PP de ese legado, mientras Tarancón perdía sus manos peludas en un fajo de papeles y escuchaba otra petición de dimisión. Menos mal que le llegó el turno a Rosa María Barrieras, una barbie con peinado de nancy que habló bien del Consell y mal de la oposición con oratoria muy sequita. Tarancón ascendió de nuevo a la peana mientras su grupo proyectaba bostezos muy redondos, no contestó a las preguntas, pero acusó de sectarismo a la oposición, apeló a la Constitución, hizo doble embrague y se fue.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de octubre de 1999