Soy un anciano que hace 20 años perdió la audición de forma irreversible a causa de un desafortunado accidente. No puede imaginarse cómo cambió mi vida ese hecho.Desde aquel momento tuve que aprender a oír con la vista. En los encuentros cara a cara ya me defiendo bien leyendo los labios. Desde hace unos años y gracias al aumento de salas de cine de V.O. subtitulada puedo ver películas actuales y de todo tipo. Uso el fax y, desde hace poco, el correo electrónico de Internet para comunicarme con amigos o con cualquiera y para hacer algunas gestiones.
Pero con la televisión no puedo. ¡Cuánto añoro la televisión! ¡Cómo desearía oír -leyendo los subtítulos del teletexto, si los hubiese- los telediarios cada día, los documentales y las películas, todo. Me pregunto: ¿cuánta gente habrá en la misma situación?
Cada día le pido a la Fortuna que me premie permitiéndome oír -viendo- la televisión antes de que la edad acabe con mi, hasta ahora, excelente visión o antes de que la vida me señale la puerta de salida.- . .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de octubre de 1999