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Tribuna:

Pobres

Así que no era una tregua, sino una excedencia. Intentaron ganarse la vida de otro modo, compitiendo en igualdad de condiciones con las fuerzas políticas, pero se ve que les faltaba preparación. No saben idiomas ni informática ni retórica ni oratoria, de manera que resultan un desastre a la hora de expresarse, de convencer. Es difícil salir a la realidad en tales condiciones, por eso han regresado al delirio. La muerte es la única empresa comercial en la que la excedencia no equivale a un autodespido. Les han guardado el puesto de trabajo, el zulo, la capucha, la víbora. Matar es más seguro y más sencillo que seducir al elector a base de neuronas, sobre todo si disparas en la nuca, si colocas la bomba en el supermercado. Además, te dan el uniforme, lo que supone un ahorro en vestuario. Y en identidad, porque debajo de la capucha no estás obligado a ser tú, sino cualquiera.Y luego, que llegas a una hora decente a casa y puedes estar un rato con los niños. En la política convencional, hecha a base de ideas, además de la neuralgias propias del pensamiento, es que no tienes un horario fijo, una jornada. Hay diputados que por unas cosas u otras comen siempre fuera. Al pistolero, en cambio, le programan los crímenes con mucha antelación, de manera que si uno se organiza siempre queda tiempo para dedicarse a la ecología o al deporte. Pero lo mejor de todo es la seguridad laboral. En los últimos 30 años han quebrado otros negocios, pero el nicho (nunca mejor dicho) de las psicopatías nacionalistas sigue en alza. Y es que las neuronas, una vez extirpadas, no vuelven a reproducirse.

Pero hay que extirparlas, claro. Lo malo de las excedencias tan largas es que la gente se aburguesa. "Qué absurdo era todo aquello de las bombas", nos decimos, en fin, ajenos a la problemática de un funcionariado que ha de ganarse la vida sin idiomas ni informática ni oratoria, un funcionariado que sólo ha estudiado danzas regionales, por favor, adónde van a ir con ese bagaje, pobres. Asegura Otegi que ahora es cuando hay que estar a la altura de las circunstancias, como pidiendo que renunciemos a las neuronas de forma voluntaria, para no cabrearles. Chico listo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de diciembre de 1999