ENVIADO ESPECIALLa historia del padre Rolando Fernandes parece sacada de una película, pero es pura realidad. El sacerdote filipino, de 55 años, protegió a más de 10.000 refugiados en el centro salesiano de Dili durante el asedio de las milicias y el Ejército indonesios que siguió al referéndum del 30 de agosto.
Salvó la vida a decenas de independentistas, pasó cerca de un mes con los deportados en Timor Occidental y escapó, por horas, de una muerte segura.
El 4 de septiembre, día del anuncio de la victoria independentista, el padre Rolando ya estaba agotado y no sabía la angustia que le esperaba. Llevaba dos días sin dormir y aún le aguardaban algunos más. Las milicias proindonesias habían amenazado, desde hacía días, con entrar en el centro salesiano Don Bosco para asesinar a más de 300 jóvenes que buscaron la protección de los religiosos. "No aguantábamos más", dice, "y el día 6 decidimos abrir las puertas de par en par. Pasé toda la noche a la entrada del centro, solo y escuchando disparos. Dos milicianos llegaron por la mañana y me aconsejaron que saliéramos de allí".
"Una hora antes", explica, "los 300 jóvenes independentistas habían huido hacia las montañas. Di la absolución a todos los refugiados y salimos en procesión hacia el cuartel de la policía. Allí acampamos mientras las milicias y el Ejército saqueaban el centro. Dili estaba en llamas y veíamos grandes columnas de humo negro. El espectáculo era terrible, inimaginable". Pasaron dos noches a la intemperie, sin agua ni alimentos, hasta que fueron trasladados hacia Kupang, la capital de Timor Occidental".
"El Ejército y las milicias", añade, "nos colocaron en un polideportivo cubierto. Al cabo de unos días el hedor era irrespirable, pero allí teníamos que comer y hacer de todo. Aun así, con más suerte que muchos que aún duermen en la mismísima tierra y bajo las estrellas".
Las autoridades indonesias reconocen que cerca de 130.000 personas aún permanecen en los campos de refugiados del área occidental de la isla. El padre Rolando continuó escondiendo a independentistas, hasta que las milicias le descubrieron. "Debieron recibir datos de Dili", explica, "y detectaron la misma situación en Kupang. Gracias a Dios me alertaron a tiempo y la milicia llegó algunas horas tarde". El 6 de octubre regresó a Dili y se encontró un panorama desolador. Los talleres habían sido incendiados y la residencia saqueada.
Después de 17 años en Timor Oriental, el salesiano tuvo que sacar fuerzas y volver a empezar. Sus vecinos cuentan que ha pasado una grave crisis de la que ahora se está recuperando. "No soy yo", dice, "la energía me llega de la gente; si no fuera por ellos no sé dónde estaría". A su llegada sólo se encontró con una sorpresa agradable. Tomás, uno de los maestros del taller mecánico, había logrado evitar a las milicias, tras pasar 15 días escondido en un depósito subterráneo con una botella de agua y tres papallas.
Dos meses después de su regreso, el centro Don Bosco está recuperando la normalidad. Se ha reconstruido todo lo posible y los jóvenes vuelven a aprender sus oficios.
El padre Rolando ha recuperado las fuerzas y, por eso mismo, afirma no estar satisfecho con la situación: "Hay que acabar con la mentalidad de recibir y recibir. Es necesaria la ayuda internacional, pero selectiva y sólo en casos de emergencia, porque lo importante es educar a la gente para construir un país".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de diciembre de 1999