El pasado 15 de diciembre me encontraba con mi hijo, de cinco años, cenando como cualquier día; pero un hecho que en principio parece absolutamente irrelevante ha cambiado mi modo de entender las cosas.Ese hecho no fue otro que el enseñar a mi hijo, entre bromas, a abrir nueces, cosa bastante cotidiana por estas fechas. Y, como algo de lo más normal, le di al niño un trozo pequeño para que se lo comiera. Al cabo de una hora y no más, mi hijo empezó a sentirse mal: le picaba todo el cuerpo, le salió un gran sarpullido, daba pavor mirar su linda carita, tenía dolores en el pecho, gran sudoración... Con mucho miedo y gran impotencia trasladé a mi pequeño al único centro de urgencias de la localidad, el de la avenida de España. Rápidamente se pusieron manos a la obra. En no más de tres horas pudimos volver a casa los dos, y todo por culpa de una nuez. Seguramente, mi hijo será alérgico a este fruto; ahora habrá que hacerle pruebas.
Mi intención al escribir esta carta es agradecer a ese equipo de urgencias su labor, su excelente profesionalidad, su entrega, su talante humano envidiable, y todo esto con muy pocos medios humanos, situación solamente salvada por la voluntad y esfuerzo de sus profesionales. Quisiera resaltar lo importante que es tenerlos tan cerca, pues nadie está libre de que aparezca una nuez tan peligrosa como la que llegó a mi casa el pasado día 15.- . , Madrid.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de diciembre de 1999