En la Navidad de este último año del siglo, la publicidad ha alcanzado sus máximos niveles de agresividad. En particular, se ha puesto de moda utilizar símbolos religiosos como algo gracioso e incluso chusco con fines publicitarios. Hay múltiples ejemplos de ello, pero me detendré en especial en el anuncio en el que se recurre a la eucaristía, centro de la vida cristiana, para promocionar una marca de coches. Procede recordar a este respecto las palabras pronunciadas hace pocos días por el cardenal Rouco, según el cual es inadmisible la utilización de símbolos religiosos en anuncios publicitarios. La reacción de los cristianos -dijo el cardenal- debería consistir en no comprar esos productos anunciados. Comparto plenamente la opinión de monseñor Rouco. El mismo Cristo está físicamente presente en el sacramento de la eucaristía. Trivializar este sacramento mediante un anuncio publicitario más o menos ingenioso constituye una falta de respeto a las creencias religiosas de millones de católicos. Según parece, para algunos, la libertad de expresión consiste en ofender libremente los sentimientos religiosos del pueblo cristiano. ¿Qué especie de indolencia nos afecta a los católicos que nos hace permanecer indiferentes cuando nuestra religión es objeto de irrisión constante?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de diciembre de 1999