No hay nada como ser un canalla con poder para aparentar que se es una persona respetable: los mandamases se suelen proteger los unos a los otros, aunque tengan los armarios llenos de cadáveres. Sucedió, por ejemplo, con Hassan, el fallecido rey de Marruecos, que era un torturador y un indeseable: pero qué exequias tan tiernísimas le ofrecieron los colegas demócratas. Pues bien, me temo que ahora sucede lo mismo con Arafat, ese tipo vidrioso, a quien Aznar y otros cuantos notables han estado dando la coba en Nochebuena.Creo que nunca experimenté tanta inquietud ante un entrevistado como la que sentí, hace diez años, frente a Arafat. Fue un encuentro más bien breve, y no se puede decir que, en el transcurso del mismo, el hombre me facilitara pruebas concluyentes de su villanía. Sí, se le notaba bastante que fingía -por ejemplo, atisbé por el filo de la puerta que aparentaba ponerse a trabajar cuando los periodistas entraban, tal vez para dar aspecto de ocupado-, y sólo hablaba de lo que a él le interesaba, pero no es el único en comportarse así. Entonces, ¿por qué me alarmó tanto? No lo sé bien, pero me pareció intransigente y autoritario hasta lo inhumano. A decir verdad, temí encontrarme ante un tirano.
Siempre he sido partidaria de la causa palestina, de ese pueblo maltrecho y expoliado. Por eso me apena especialmente ver cómo se cumple, una vez más, el desconsuelo de la miseria humana. Cómo los líderes de las causas justas terminan tan a menudo traicionándolas; cómo en nombre de la libertad se construyen mazmorras. Hoy Arafat mete en la cárcel a los intelectuales que firman manifiestos en su contra (otro firmante fue apaleado y tiroteado por unos encapuchados); y organiza manifestaciones oficiales de inquebrantable apoyo a su persona. Por razones de seguridad, Arafat ha pasado varias décadas siempre rodeado de una cerrada corte de fanáticos. Ya se sabe que el poder corrompe; pero el poder ciego, sin contestación ni relativización, te abrasa el alma. (Por cierto: mañana, a las 19.00, concentración en Madrid frente al Ministerio de Asuntos Exteriores contra la guerra de Chechenia. Para poner voz a esa tragedia).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de diciembre de 1999