Por el título de la presente carta parecería que vamos a tratar el ya más que trillado asunto de la ínfima calidad de algunas emisiones de las cadenas televisivas que sufrimos a diario en nuestras carnes. Pues sí, es así, pero con ciertas salvedades respecto al que parece ser el discurso único (y, por tanto, sagrado) en este caso.Estaría bien empezar a criticar, a despotricar, a quejarnos por las "vejaciones mentales" a que a veces nos someten los programillas y series de turno. Sin duda, comparto ampliamente esa opinión, pero, sin embargo, podemos sacar su lado positivo a lo que se entiende por telebasura.
Ese tipo de programación fácil cumple muchas veces una misión catártica. Demasiado agobio a lo largo del día para "visionar" algo serio, demasiadas malas noticias para no relajarse un poco. También es curiosa la función de esa "programación fácil" a la hora de hacer distendido el ambiente, incluso de favorecer la comunicación. Me refiero al hecho de ver la televisión en familia o con amigos. ¿Quién no se lo ha pasado bomba criticando a la presentadora o al invitado de turno? ¿Quién no se ha reído alguna vez de las tramas imposibles de los culebrones?
Lo preocupante llega cuando, más allá de ser un medio, las emisiones se convierten en el fin. Se convierten en el hogar de gente que está sola (en el amplio sentido de la palabra, en la amplitud de la ciudad inhumana), que pasa los días sola y que, asustada, se refugia donde puede. Aquí empieza la tragedia de querer vivir una vida ajena a la propia. La carencia de experiencias, de riqueza personal, nos impulsa a vivir unas vidas prefabricadas para la audiencia. Esto es un consuelo, pero deprimente, desesperante y sin salida aparente. Aquí llegamos al punto en el que nos importa más la vida de esos personajes de cartón piedra que la muerte de miles de seres vivos.
Por tanto, telebasura, sí, como entretenimiento; telebasura, no, como alienación. Si escapamos del mundo real en que vivimos, contribuimos a su destrucción. Por cierto, ¿ha resuelto ya sus problemas matrimoniales Rociíto con su pareja? Quién sabe...- Raúl Sánchez García. Madrid.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de enero de 2000