El VIII Festival de Danza de Suresnes comenzó con un espectáculo insólito y revulsivo: A chacun son serpent (cuya traducción puede ser Todos tenemos algo de serpiente), donde la coreógrafa usa el breve texto y otras canciones del propio Boris Vian en una visión del paraíso desenfadada y cercana al vodevil, con un resultado lleno de brío y energía donde bailarines y músicos despliegan una fortísima dinámica de escena. El éxito de público y crítica ha sido espectacular, y el teatro Jean Vilar de Suresnes se ha convertido ya en punto de referencia dentro de la nueva danza francesa por su empecinada y quijotesca propuesta de unir los bailes callejeros urbanos de fondo electrónico a las elitistas tendencias de la danza contemporánea mal llamada "culta". En A chacun son serpent, Laura Scozzi (uno de los más recientes descubrimientos de la danza gala, que procede de la escuela de Marcel Marceau) se atreve a recrear el pecado original. Pero no nos llamemos a engaño, se trata de vitriolo con fondo musical, para lo que se sirve de la agudeza directa y a veces absurda de Vian, y reinventa el paraíso bíblico sin cortarse en lo absoluto: Adán es un debilucho mequetrefe soñador; Eva es una espectacular cantante de soul, la serpiente es un travestido al que le hubiera gustado ser Zizi Jeanmarie y así se viste; los ángeles son un coro de iglesia bautista; el ángel Gabriel es un pinchadiscos guaperas, canalla y platinado, mientras la orquesta es una jazz band ataviada como los primeros animales paradisíacos que se sodomizan unos a otros sobre el piano a la menor pausa técnica o mientras tocan la batería. Así las cosas, las risas y aplausos trufaron una velada llena de ritmo y buena danza.
La música adicional creada por Antoine Hervé cumple su cometido con eficacia y conecta con el público, donde imperaban muchas zapatillas de deporte percudidas y muy suavizadas por el uso bailón, los pelos de colores, con sus cortes insólitos, y mostrando un entusiasmo visceral, lo que demuestra la implicación de coreógrafos y productores en una temática tan actual como cambiante con códigos corredizos y herméticos, un vocabulario que propicia su propia mutación. La idea de que las ciudades bailan y crean sobre la marcha sus propios procesos al son de los sintetizadores y los programas para crear música electrónica en el ordenador con la noble herencia del mejor rock and roll es una verdad como un templo y a la que ya nadie puede negarse por purista que se crea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de enero de 2000