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CARTAS AL DIRECTOR

Puertas cerradas

Las puertas están cerradas: nadie se va a dar la pena de entreabrirlas. Desde el cielo usted, señor Zaplana, y también usted, señor Castelló, y también todos los jefes que nos dirigen, contemplan el espectáculo de los gusanos que se retuercen de aflicción y de sufrimiento en la tierra. Algunos, sin embargo, hijos, parientes, allegados de don Fulano o don Mengano (me refiero a los políticos de turno), trepan de lo más lindo (que no reptan): con el dinero de todos los valencianos se consigue gratificar no al que se lo merece sino al pudiente (calladísimos los sindicatos, por supuesto). Me gustaría subir al pico más alto para poder lanzar un alarido capaz de liberar la amargura de tantas ilusiones perdidas a las que todos tenemos derecho después de varios años de intensa y poco valorada labor. Así lo reconoce la Constitución en su artículo 35: Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.No olvidemos lo que ustedes legislaron en su ordenamiento jurídico por Decreto 195/1999, de 19 de octubre, y que ya pasado mediados de enero de 2000 no han cumplido; ¿qué calificativos podemos emplear para describir tal desfachatez? ¿tan difícil es regular, en esta Comunidad, una convocatoria de esta naturaleza? Artículo 3, sobre promoción interna: (...) en el último trimestre de 1999 se convocarán los siguientes procesos selectivos de promoción interna.

Entrando en este nuevo milenio resulta penoso carecer de esperanzas: todo seguirá igual porque ustedes los políticos así lo han determinado para la inmensa mayoría e intentan vetar a gran parte de la plantilla del Consell lo que por derecho le pertenece.

Hace unos meses aún acariciaba la posibilidad de que mi única hija pudiera opositar; sin embargo, ante la lamentable y denigrante experiencia sufrida por su madre, he decidido que ella no se merece esta infelicidad.- .

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de enero de 2000