Está poco acostumbrado el Honorable a que alguien disienta de sus tesis o las del propio Parlamento. Enseguida se irrita y comienza a descalificar en vez de argumentar a la contra si así lo estima oportuno. Aunque me temo que para el señor Pujol no merezco el calificativo de catalana porque eso encierra algunas esencias que, afortunadamente, creo no poseer, soy ciudadana de Cataluña y votante en esta comunidad; por ello, me permitirá que le haga algunas observaciones. El señor Almunia, como candidato a la presidencia del Gobierno de España (de la que forma parte Cataluña y gozosamente la mayoría de los catalanes), tiene todo el derecho del mundo a opinar sobre la política lingüística de Cataluña, de El Ejido o de Aragón. Es más, si fuera francés o austriaco también lo tendría. Y más todavía, el denunciar la discriminación que sufrimos los hispanohablantes en algunos lugares geográficos del país, no te convierte en españolista excluyente, porque no cuestiona los derechos lingüísticos -pongamos por caso- de los catalanohablantes. Posiblemente, el señor Pujol tampoco es excluyente y sólo pretendía ser incluyente cuando dijo que el catalán sólo podía ganar terreno a expensas del castellano.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de febrero de 2000