MIQUEL ALBEROLA
Un puñado de tipos con el sentido de la supervivencia muy desarrollado, cuyos nombres es mejor no desvelar para eludir celos, envidias y situaciones no deseadas, hemos celebrado un homenaje implícito a la zona blanca del hipotálamo, que es la región encefálica situada entre los hemisferios cerebrales que organiza conductas tan básicas como la alimentación, el apareamiento, la risa y la huida. Para la exaltación social de esta porción de nódulo minúsculo, que compendia los impulsos más relacionados con la supervivencia, el anfitrión buscó en lo más recóndito y mágico de Galicia una cabeza de cerdo criado en casa con rango familiar y alimentado sólo con castañas, requisitos indispensables para obtener el nivel de calidad que exigía el acontecimiento. Con ella, convenientemente preparada y troceada, y una notable provisión de chorizos, morcillas, col, patatas, grelos y varias horas de fuego, elaboró un cocido con suficiente contenido calórico para poder iluminar el Empire State. Primero se sirvió la carne, con la que era imprescindible no tomar agua para evitar que la incongruencia te matase en el acto, y así fuimos desgranando los jeroglíficos inscritos en sus sabores, constatándolos de forma empírica con abundante Roda I. Luego, vinieron las verduras y hortalizas, y al final, el caldo, que debía ser sorbido muy caliente. Era necesario seguir con rigor este orden cósmico, de materia a espíritu, porque, de lo contrario, se nos podía hacer un nudo en el estómago. Sentados en círculo durante unas horas, que alcanzaron la densidad que acumuló el universo al constreñirse en un punto antes de la gran explosión, celebramos esta ofrenda clandestina a una de las partes más vitales del organismo humano. Hasta llegar a la conclusión callada de que la sobremesa es la única patria que merece la pena, porque lo importante es siempre vivir. Pero el hipotálamo también tiene una zona oscura que reglamenta la violencia y la lucha, y sólo se nutre de víctimas mortales. Sus feligreses necesitan pistolas y bombas para establecer las premisas de una conclusión patriótica que no admite discusiones y esparce carne picada por las calles. Por eso es tan importante lo que hicimos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2000