Desde la Tercera Vía, la del Deportivo, hace tiempo que contemplamos los choques Madrid versus Barcelona, que tanto apasionaron a mediados del siglo pasado, con la misma fría distancia que aquel estudiante heterodoxo ante la clásica regata Oxford-Cambridge: "Lo único seguro es que ambas venerables instituciones exhiben todos los achaques de la mas avanzada decrepitud".Hace tiempo que el Madrid es un titanic y el Barcelona un iceberg. Dos infelices máquinas de ganar. En la Nueva Economía futbolística, esa mezcla de avidez y vanidad, sufren permanentemente la angustia del poderoso: su identidad se confunde con el triunfo. La victoria es parte de su naturaleza y cualquier traspiés con un muerto de hambre se convierte en una caprichosa crisis infantil, que los presentadores del Telediario trasladan compungidos a todo el país como una grave crisis metafísica. Uno de los episodios más delirantes de este Malestar de los Ricos fue aquella huelga de silencio del Real Madrid que durante un tiempo nos privó de la prosodia de Hierro y otros cráneos privilegiados.
De acuerdo con la economía High Tech y la Globalización, lo lógico es que estos enemigos irreconciliables se fusionaran como hacen las grandes compañías. De todas formas, no conozco a nadie que sea del Madrid y del Barcelona al mismo tiempo. Ni siquiera Aznar, que podía ser de ambos en la intimidad.
La ventaja de la Tercera Vía, aun reconociendo que es un poco pastelera, es que permite la poligamia, la doble identidad. Hay muchísimos deportivistas que son del Madrid, bastantes que son del Barça e incluso algunos, por lo menos dos, que también somos del Celta. La mejor identidad gallega es así, basada en una suma de identidades que expresa muy bien el legendario lema emigrante: "Gallego lo puede ser cualquiera". No hay más que ver el equipo: heterogéneo, babélico, portuario. Hay un dato significativo: en el estadio coruñés de Riazor nunca se exhibió, por parte local, ningún signo facha y entre su hinchada juvenil no hay ni un solo ultra o cabeza rapada, aunque puede haber algún cabeza de chorlito. La afición deportivista es muy deportiva.
El punto de vista de la Tercera Vía te permite seguir el Madrid vs Barcelona con la libertad de bostezar si los dos equipos sienten su condición de grandes como una soga al cuello, pero también con la libertad de entusiasmarte si los jugadores se olvidan de su nombre y descubren que hay un balón en el campo. Ése es el estilo Figo, que juega siempre como si fuese la promesa de un equipo modesto. Con él de agitador en el campo, este partido de dos venerables y achacosas instituciones puede convertirse, de repente, en un choque memorable.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2000