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BALONCESTO - EUROLIGA

El Villeurbanne minimiza a un Madrid descorazonador

Cinco minutos habían transcurrido cuando se produjo la noticia: el Madrid capturó un rebote defensivo ante el estupor general, dado lo novedoso del evento. Porque hasta ese instante cualquier balón escupido por el aro blanco acababa, con total disciplina, en manos francesas. Ahí murió el Madrid, en su incapacidad para hacer cumplir una de las leyes del baloncesto: la cocina propia es sagrada.El Madrid adquirió ventajas relativamente holgadas, que llegaron a los siete puntos (15-22, 20-27), hasta que su rival comenzó a sacarle rendimiento a su dictadura bajo los aros. Y en cuanto se esmeró en aquello del tiro puso el partido del revés (35-30 en el descanso). Y por ese camino siguió, golpeando, ahora desde la lejanía, a un Madrid que no sabía si mirar a su espalda, por aquello de la escabechina que se producía bajo su aro, o al frente, donde los franceses andaban afinados. Al marcador subió un 46-38 de oscuro aspecto. Necesitaba el Madrid un golpe de efecto. De Herreros, quizá. O de Djordjevic, tipos a los que no inmoviliza la urgencia. Pero el que apareció fue Lucio Angulo, quien con dos triples devolvió al Madrid al reino de los vivos (51-50 a ocho minutos).

VILLEURBANNE 72REAL MADRID 59

Villeurbanne: Sonko (13), Larranaga (6), Seals (19), Maxey (11), Bilba (9); Pluvy (8), Blom (5) y Percevault (1).Real Madrid: Djordjevic (12), Alberto Angulo (13), Herreros (9), Struelens (9), Brent Scott (10); Galilea (0), Lucio Angulo (6) y Mijailov (0). Árbitros: Zancanella (Italia) y Ankarelli (Turquía). Unos 5.000 espectadores en el Astroballe Arena de Lyon.

Seguían los blancos sin cerrar el rebote, pero al menos acertaban en ataque. Y empataron (54-54). Pero llegó entonces el momento de las pérdidas de balón, de los ataques frenéticos. De la desesperación. Un parcial de 8-0 dejó al Madrid roto y todos sus jugadores, excepto Djordjevic, se fueron de la cancha, a una décima del final, cuando aún quedaban dos tiros libres a favor del equipo francés. quizá porque entonces ya no hacía falta que lucharan, es un decir, por el rebote.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 1 de marzo de 2000