La persecución fue sistemática mientras duró la tiranía. Con metódica animadversión militar y hostilidad renovada el marcial ministro de la Gobernación recordaba, en enero de cada año, a los Gobernadores y jefes provinciales, la vigencia -todo era inmutable, fundamentale, permanente- del bando de Burgos de 3 de febrero de 1937 y ordenando que "continúe la suspensión de las fiestas del Carnaval". Al maniático Felipe V también le dio por flagelar la fiesta de las libertades. Sin embargo, los reyes de la casa de Austria participaban en los festejos; Felip II de València -III de Castilla- no se perdió, disfrazado, ni desfiles ni saraus del Carnestoltes de 1598, ofreciendo, en gentil correspondencia, lucidos bailes de máscaras en el Palacio Real del Real.La maniosa obsesión creó situaciones grotescas como la pervivencia del antídoto, extirpada la enfermedad, continuó la rabia. Así, en Novelda (Vinalopó Mitjà) y Agres (El Comtat), desapareció el Carnaval y ha sobrevivido el contraveneno de aquella perdición satánica: las Quaranta Hores, la exposición -mayor, con custodia- constante del Santísimo, los días carnavalescos, con adorotedevotes, pangelingas, tantumergos y abundante incienso. Todo era poco para conjurar los tan graves y apetitosis pecados desbordados por las calles. Pero, en Agres se les escapó la foguera, protagonzada, hoy, por los fadrins, que cortan, transportan -El Gegant del Pi/ ara balla pel camí/ el gegant de la ciutat/ ara balla pel terrat- y plantan en la plaza un vital pino. Los insolentes sátiros griegos clavaban en el ágora a un gran pino y, en honor a Dionisos, a su alrededor se calentaban con vinos y orgías. En Agres, el fuego nuevo despierta al cosmos del estéril invierno: en la sequetat arrela el pi/ crescut des d'ella cap al lliure vent.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de marzo de 2000