Cuando a mediados de los años 90 la Consejería de Medio Ambiente se planteó la descontaminación, a gran escala, del río Tinto, se encontró con la oposición frontal del equipo dirigido por Ricardo Amils. Los microbiólogos temían que las tareas de limpieza del cauce afectaran a la comunidad de microorganismos.La contradicción era difícil de resolver. Por un lado parecía razonable conservar unas formas de vida únicas en el mundo, pero, por otro, también era necesario neutralizar el elevado volumen de contaminantes que el Tinto arrastraba hasta su desembocadura en la ría de Huelva, poniendo en peligro a la flora y fauna que habita en el estuario. Los científicos de la Universidad Autónoma llegaron a solicitar a la Unesco la declaración como patrimonio de la humanidad del conjunto minero-bacteriano del Tinto. De esta manera, argumentaron, se evitaría la aplicación de cualquier plan de limpieza que supusiera la alteración de este ecosistema.
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Finalmente, se acordó no actuar en la cabecera del río, ya que las actuaciones de descontaminación debían concentrarse aguas abajo de los vertidos mineros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de marzo de 2000