Un día de éstos por la mañana, vistiendo a mi hijo de tres años, una observación suya me despertó cual cañonazo directo al cerebro. Acababa de ponerle los calcetines, un par de ellos de color verde manzana, y cuál no sería mi sorpresa cuando me hizo la siguiente observación: "¿Verdad que son Libre?", espetó como un apunte de absoluta certeza y evidencia. "Sí", le respondí yo, comparando la cadena asociativa que él, de forma natural, había confeccionado: verde, una compañía de telefonía móvil y la canción Libre. Sus calcetines eran, pues, ciertamente Libre.Miré de reojo sus piececitos ya entonces perfectamente enfundados en sus calcetines verdes y, bajo tormentas de palabras, mensajes encubiertos, leyendas entre líneas y canciones elevadas a "himnos publicitarios", le deseé con todas mis fuerzas un certero y recto caminar en este mundo. Disfruté pensando que para mí quedaba el privilegio y el gozo de contarle que el verde es también el color de la esperanza, el verde esmeralda, "verde que te quiero verde", el verde del poeta y el verde del mar.- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de abril de 2000