El Zaragoza se cayó por el hueco del ascensor y se hundió un piso, empatado ahora en el límite que da acceso a La Liga de Campeones. A un paso de poder catapultarse hacia casi todo, echó el freno, como si esa hazaña hubiera sido un exceso imperdonable.El Athletic vino a La Romareda a jugarse sólo la honrilla, con nada que rascar por arriba y nada que temer por abajo, sin apuros, pero sin aspiraciones, tras una temporada frustrada que esperan clausurar cuanto antes. Luis Fernández buscó una motivación extra alineando a hombres poco habituales como Lafuente en la portería, Vales o Imaz, lo que no le dio malos resultados. Jugaron sin urgencias ni tensiones, pero perfectamente motivados, como si los bilbaínos pretendieran hacer méritos ante Rojo, casi con toda seguridad el próximo inquilino en el banquillo de San Mamés.
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Zaragoza: Juanmi; Sundgren (Cuartero, m. 62), Aguado, Paco, Lanna; Aragón, Garitano; Juanele (Radimov, m. 78), Vellisca (Marcos Vales, m. 62); Yordi y Milosevic.Athletic Club: Lafuente; Lacruz, Oscar Vales, Alkorta, Larrazábal; Imaz (Edu Alonso, m. 78), José Mari, Guerrero (Ríos, m. 91), Felipe; Etxevarría y Ezquerro (Javi González, m. 58). Árbitro: Ansuátegui Roca, del colegio valenciano. Amonestó a Sundgren, Aguado, Aragón, Cuartero e Imaz. Unos 25.000 espectadores en La Romareda.
A los aragoneses les costó meterse en el papel del partido. No hubo juego interior, se notó la falta de Toro Acuña y Garitano no se encontró tan cómodo de pivote en el centro del campo como en su lugar habitual de la banda. No hubo florituras balompédicas. Al Zaragoza le salió un juego alambicado, demasiado horizontal, como de parabrisas, de lado a lado pero sin avanzar un metro.
Los de casa se empeñaron en ataques arcaicos y con poco repertorio, limitados a lanzar obsesivamente pelotazos a la olla, a la espera de las cabezas de Milosevic y de Yordi, algo estáticos y demasiado juntos. El primer gol del Celta levantó entusiasmos en los aficionados, como si la reacción zaragocista pudiera llegar a raíz de lo sucedido a 900 kilómetros de distancia, pero el equipo siguió repitiendo jugadas memorizadas y previsibles, reduciendo cualquier capacidad de sorpresa a su mínima expresión. Y así transcurrió casi todo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 1 de mayo de 2000