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Tribuna:

Desconcierto

A estas alturas, no se sabe si Manuel Tarancón anunció que generalizaría los conciertos, que los singularizaría, que concertaría alegremente o que se los llevaría a todos a un concierto. El consejero de Cultura y Educación cosechó una ovación el 6 de abril cuando comunicó al congreso de la Confederación Española de Centros de Enseñanza (CECE) que "a partir del 1 de enero el régimen de conciertos se hará extensivo para el segundo ciclo de educación infantil (de 3 a 5 años) en todos los colegios privados concertados". O tal vez no lo dijo, porque ese mismo día firmó una orden en la que señalaba "la imposibilidad legal de poder usar la vía del concierto educativo", dado el carácter no obligatorio de la educación infantil. Tras las expresiones de perplejidad de algunos sindicatos y de la oposición parlamentaria, la directora general de Centros Docentes, Concha Gómez, salió a escena y explicó que Tarancón siempre ha hablado de "conciertos singulares", lo que no es más que una expresión de la "jerga educativa", ya que todo el mundo sabe que no es posible concertar un tramo no obligatorio. Sin embargo, el sábado, el propio Tarancón arremetió contra el STEPV y acusó al sindicato mayoritario de generar confusión "con evidente mala fe", dado que "siempre se ha hablado de conciertos singulares y no plenos" (se trataría, al fin y al cabo, de que la Generalitat pague las nónimas del profesorado pero no los gastos de funcionamiento de los centros). Hay que deducir que lo que quiso prometer y prometió Tarancón es que generalizaría los conciertos singulares (con lo que, si la lógica todavía funciona, dejarían de ser "singulares") para la educación infantil en centros privados pese a que legalmente no es posible y pese a que el "concierto singular" sólo es una expresión propia de la "jerga educativa". Desconcertante, ¿no? Si ese hombre no estuviese demostrando una aplicación meticulosa en la tarea de empujar a Juan Manuel Bonet fuera del IVAM para satisfacer su vanidad herida y la sed de venganza de la : equeña mafia local de la cultura (el director del museo no es "uno de los suyos"), la simple compasión conduciría a la sospecha de que en Campanar tiene despacho un gobernante muy desconcertado.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de mayo de 2000