Va para el cuarto de siglo, mi amigo Fernando de la Granja publicó un hermoso libro: Maqamas y risalas andaluzas. Buscando entre mis papeles encuentro unas notas que tomé por entonces. Me han parecido divertidas y ahora las transcribo. Uno de los compositores de estas maqamas o risalas ("ejercicio retórico en prosa rimada") se llamó Ibn Al-Murabí'al-Ani. Había nacido en Vélez-Málaga en el último tercio del siglo XIII. Para Ibn al-Jatib era "de ruda presencia y aspecto vulgar, de gran disposición para el saber. Con la poesía buscaba su sustento. Era de talento desbordado, temible en la sátira".Estuvo en África, regresó a Vélez, y allí murió (1350) a consecuencia de la peste que -como anota De la Granja- sirvió de pretexto a Boccaccio para escribir El Decamerón. Se ocupó de muchos temas y se le recuerda por una elegía dedicada a su gallo, amén de una serie de poemas desvergonzados que le dieron cierto aire de pícaro: incluso su Maqama de la fiesta no tiene otro fin que mendigar un borrego. Si pudiéramos comparar a Al-Murabí, pensaríamos en el viejo Villasandino, incluso en las prisas al versificar.
La maqama es graciosa y vivaz; la mujer del poeta, cuando interviene, lo hace con desgarro y componiendo un cuadro de género cargado de color: el marido descuidado, la mujer mostrando como ejemplo la conducta de un vecino, la réplica irónica del esposo y el sarcasmo de la respuesta: "Déjate de patrañas y de historias de jirafas. Tienes un dulce modo de hablar, pero tus buenos hechos son pocos. Prefieres estar siempre fuera de casa, en compañía de pícaros, y te has olvidado de tu mujer. Te juntas con todos los que hacen mal y te has arregostado a comer el pan de cualquier sitio, a encender el pábilo sin tener candil y a vivir en la posada, lejos del fuego de tu hogar". Al pobre y cínico marido le fueron resbalando las cataratas de los improperios.
Difícil será saber si el huevo precede a la gallina o al revés. Esa mujer irascible y violenta alejaría al marido del hogar sin muchas nostalgias para volver; o el haragán se ganaría a pulso los trenos femeniles. O acaso todo fuera entreverado, lo que más de una vez ocurre. Total, que el marido se decidió a buscar el borrego y encontró un boque; cerró el trato, el dichoso macho cabrío se escapó, destrozó cazuelas y pucheros en el zoco, el nuevo dueño tuvo que pagar los estropicios y, cuando llegó a la casa, la mujer lo abrumó con injurias por no haber sabido elegir. Todo para alcanzar el final buscado: la maravilla que la mujer quisiera encontrar está en casa del príncipe que, a sus infinitas virtudes, unirá la generosidad de regalarles el borrego codiciado.
No se sabe si tanta garrulería surtió efecto. Pensamos que el pobre Ibn Al-Murabí es un desgraciado por haber cargado con semejante perla y que hacía muy bien en escaparse a los figones. Conclusión no muy cristiana, pero humanísima: al fin y al cabo, entre infieles anda el juego y, si no, que Mahoma provea de hembra menos regañona, pues para eso el Corán lo permite.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de mayo de 2000