El espectáculo de Peter Gabriel para el Millennium Dome luce bastante desangelado en medio de la gran pista de este escenario, que puede albergar a 12.000 personas, pero que el martes no reunía a más de un centenar. La gigantesca estructura cubierta, a orillas del Támesis, es un ambicioso y pretencioso proyecto de parque de diversiones futurista, que parece salido más de un laboratorio que de alguien que sepa divertirse. OVO dura poco más de media hora y en él participan decenas de acróbatas, trapecistas y bailarines, que se mueven y desplazan en una compleja estructura cambiante. La voluntad de impresionar con efectos especiales y continuos desplazamientos de aparato y personas suspendidas en danzas aéreas tiene más de circense que de teatral. Se trata de una especie de fábula infantil que, a lo largo de tres generaciones, encara las sociedades agrícola, industrial y futurista. OVO es el niño que nace al final y la esperanza del nuevo milenio. Una historia sin palabras que no llega a entenderse. Gabriel suspira con cierta resignación ante este vacilante regreso, pero, aun así, es capaz de defender a este niño ignorado y defectuoso, que puede crecer y hacerse grande una vez que se desprenda de su cascarón. "Creo que el disco y el CD-ROM que hemos hecho pueden salir beneficiados cuando se acaben las representaciones".
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de mayo de 2000