Sustituía el bajo-barítono americano James Morris a Thomas Hampson. El Real comunicó bien en esta ocasión el cambio, posibilitando la devolución del importe de las entradas y buscando un recambio para la misma fecha anunciada. Morris no tiene, al menos en Madrid, el carisma de Hampson, pero su actuación tuvo fases de gran interés.Especialmente en Wagner. Bueno, digamos de entrada que el programa era muy atractivo, con Verdi y Wagner, uno en cada parte del concierto. En la primera tuvo detalles muy hermosos la Sinfónica de Madrid, dirigida por Philippe Auguin, con más pulcritud en cualquier caso que nervio; la segunda parte fue absolutamente del cantante.
Morris se transfiguró e hizo emocionante el monólogo de El holandés errante y entrañable la escena de la despedida de Wotan en el último acto de La valquiria. Su Wagner fue poderoso, vibrante, humano. Está dicho y cantado desde la identificación, desde las entrañas. Sus verdis fueron más monocordes, tal vez por falta de expresividad, o quizá perjudicados por algún entubamiento de la voz. En ningún caso resultaron incorrectos. Morris encendió el fuego en la roca wagneriana. Su alemán fue preciso en el fraseo y justo en la matización. La electricidad vino entonces de un canto sin concesiones. Intenso, firme.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 17 de mayo de 2000