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La lidiaALMERÍA

El Califa y la merienda

La primera parte de la corrida fue el prólogo de la merienda, acto central de la tarde que deja en mantillas a otras plazas muy nombradas en tal tradicional menester.El primer toro fue manso, con genio, pero manso; trajo de cabeza a Enrique Ponce, que estuvo en plenitud de facultades: daba un pase aquí y otro allá, haciendo volar las zapatillas.

El Califa, en el segundo, se nos reveló como un honrado torero de pueblo. Para él, además, no existen terrenos ni demás memeces. Tiró de pico y toreó a veces de largo, pero siempre hacia afuera. Rubricaron su actuación cuatro pinchazos y estocada.

Lo de Abellán fue un petardo compartido con su cuadrilla; un recital de pico al que puso fin de un bajonazo.

San Lorenzo / Ponce, Califa, Abellán

Toros del Puerto de San Lorenzo, el 4º, sobrero; 1º y 6º, mansos. Enrique Ponce: ovación y saludos; oreja. El Califa: ovación y saludos; dos orejas. Miguel Abellán: silencio; bronca. Plaza de Almería, 24 de agosto. 5ª de abono. Cerca de tres cuartos de entrada.

Los vapores choriceros señalaron el comienzo del festín, acabado entre espirituosos y tabacos de América. El cuarto bis pareció algo cojitranco y de natural brusco; un par de series de redondos, al comienzo de faena, tuvieron reciedumbre. Por la izquierda, la gallina cantó un solo y, a la hora de matar, se fue abajo.

En el quinto, un manso toreable, El Califa se destapó por naturales reposados, lentos y ligados que constituyeron el fundamento de la faena que, una vez arrancó, mejoró por la derecha. Se tiró a la piscina y cobró media desprendida que necesitó de un descabello.

El último fue un manso con el que bregó bien El Jaro. Como manso que era, tuvo el peligro de la incertidumbre y de lo imprevisto de las arrancadas, problemas que superaron los conocimientos y las ganas de Abellán, que acabó de pinchazo y bajonazo chalequero.

La merienda se salvó por sí sola.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de agosto de 2000