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Tribuna:

Matute

Durante años, ese nombre, Matute, ponía los pelos de punta; era el de un comisario de policía que mató con golpes de kárate a un recluso en las celdas de detención del Gobierno Civil de Tenerife. Luego simuló que su detenido había muerto en un intento de fuga. Eran los meses previos a la muerte de Franco, el Ministerio de la Gobernación de la dictadura quiso que se apretara la represión contra los díscolos, y este detenido, Antonio González Ramos, un hombre de izquierdas, no resistió la tortura experimentada de este policía que se jactaba en los clubes de la isla de su pericia para pegar.Pero hubo un joven fiscal, Mariano Fernández Bermejo (entonces tenía 27 años y ojo de lince para las barbaridades civiles), que, desafiando el aparato policial, fiscal y militar, se propuso adivinar qué había pasado; él mismo se ofreció para demostrar, con su cuerpo esposado, cómo era imposible que el detenido se arrojara desde un Peugeot 504 que salía a toda velocidad de aquellas mazmorras. Matute había tramado esta coartada: el torturado, apretado contra la parte trasera del automóvil, había sido capaz de levantar el seguro del coche, que estaba en la parte delantera de su asiento, se había estrellado contra el suelo y allí había muerto.

El fiscal, que contó con el apoyo sagaz del juez, Luis Paricio Dobón, hizo de extra de esa reconstrucción del crimen y todo el mundo pudo ver cómo empalidecían la versión y la cara del comisario Matute. Al final, incluso el policía que fue testigo y que le amparaba con su silencio denunció al torturador, éste fue procesado y muchos lo celebraron en la isla, pero sobre todo un buen periodista, Julio Trujillo, que había sido igualmente maltratado por el karateka y no murió porque su riñón sangró a tiempo y la alarma hizo que se detuviera Matute. Éste fue indultado por la democracia, y ejerció de nuevo como comisario.

Ahora, en otra comisaría isleña, en Arrecife, un detenido ha muerto y la fábrica de versiones se ha puesto en marcha; porque vivimos en la democracia, la investigación, desde todas las bandas, parece que está asegurada. Entonces, la conspiración del silencio, orquestada por el propio gobernador del momento, Modesto Fraile Pujade, intentó tapar el incidente con el seudónimo de muerte provocada por el propio torturado. Han pasado 25 años. Hay nombres en esta historia que no se deben olvidar nunca.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de agosto de 2000