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Tribuna:

Hospitales

Nunca he tenido nada que ver con la medicina y además me horrorizan los hospitales. Esa mezcla de padecimientos, olor a éter, quirófanos, asepsia y batas blancas me ha producido desde niño una especial aversión. Pero antes o después -una pura cuestión de paso del tiempo- uno se ve obligado a desfilar por los hospitales, bien como enfermo, bien como acompañante o sencillamente de visita. Al fin y al cabo, todos somos usuarios de la sanidad. Por desgracia en los últimos años he frecuentado los centros sanitarios mucho más de lo que hubiera deseado. Familiares o amigos cercanos han sido ingresados por unos u otros motivos y en muchas ocasiones he recordado la sentencia de uno de mis amigos, un médico especializado en planificación sanitaria, que sostiene que los hospitales públicos españoles tienen poco que envidiar a las mejores clínicas europeas. Aunque todo sistema es perfeccionable, creo que mi amigo Eduardo tiene razón. El ejemplo más reciente de esta calidad de asistencia me lo brindó ayer mi hermana Rosa, que acaba de dar a luz un hijo en el hospital comarcal de Requena y está encantada con el trato, la profesionalidad, el cariño y los medios técnicos que ha encontrado en este pequeño centro.La disyuntiva entre la sanidad pública y la privada suele hallarse en el centro de debates políticos constantes. Junto con la educación y las pensiones, la sanidad se ha convertido en una de las últimas trincheras de todos aquellos que defienden un Estado del bienestar. De este modo, las conquistas sociales alcanzadas por Europa desde la II Guerra Mundial trazan una línea divisoria entre la derecha y la izquierda o, expresado de otro modo, entre dos concepciones de la política. Pero más allá de los grandes principios, la práctica diaria revela que la verdadera democracia, la auténtica igualdad de oportunidades, pasa por garantizar a todos los ciudadanos el derecho a ser cuidados, a ser educados y a vivir una vejez digna. Valores que recoge la Constitución, pero que en los tiempos que corren hay que defender cada día.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de septiembre de 2000