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CARTAS AL DIRECTOR

Cipriani

En un ejercicio de manual de difamación por la sospecha, Tamayo ataca a monseñor Cipriani con virulencia desasosegante [El arzobispo Cipriani, "teólogo de Fujimori", EL PAÍS, 28 de agosto]. Cipriani es sacerdote por una vía -el Opus Dei- que excluye de entrada la carrera eclesiástica, y sólo su disposición de servicio le lleva a aceptar un encargo en el que se juega la vida: Ayacucho, cuna de Sendero Luminoso, en el peor momento de violencia. Esa misma disposición le lleva a Lima, con riesgo ahora también de su honra. Tamayo dispara sin cuartel: mezcla las manifestaciones de la Conferencia Episcopal Peruana con las de un obispo de su preferencia -¿por qué las críticas de la Conferencia no son las de Cipriani, si es uno de sus miembros?-; acusa a Cipriani de no intervenir y de intervenir en política -¿quien se libra?-; utiliza declaraciones fuera de contexto que ni siquiera ilustran bien lo que les atribuye; siembra la duda -y con ella condena, mandando al cuerno la presunción de inocencia- sobre una mediación aceptada y agradecida por los terroristas, y cuyo fracaso costó a Cipriani la salud, el exilio y muchas lágrimas; hace un demoledor juicio de intenciones, lanzando graves acusaciones sobre la base de los "acaso", "es posible", destructores de toda posibilidad de defensa.- Alberto Tarifa y de Valentín-Gamazo. Granada.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de septiembre de 2000