Asistimos en estos días a un nuevo episodio de cinismo social que caracteriza tan lamentablemente a la raza humana. Todos nos lamentamos por el imparable incremento del precio de los carburantes, pero poco hacemos por reducir o evitar su consumo. Estoy harto de ver en España conductores orillados en las calles, manteniendo los motores de sus vehículos encendidos durante periodos de tiempo que superan el cuarto de hora, mientras hablan por sus teléfonos móviles, la pareja del conductor o conductora realiza algunas compras o el novio se despide de la novia delante del portal.En Alemania, entre otros muchos países, los medios de comunicación y las agencias gubernamentales han recordado recientemente la necesidad de que los conductores apaguen los motores ante situaciones en las que resulta previsible una demora en la nueva puesta en marcha del vehículo. Esta sensibilidad no existe en España, donde parece que la gasolina ni cuesta ni contamina.
El colmo de la irresponsabilidad la tiene quien, cómodamente sentado en su coche, parado en doble fila, con el aire acondicionado conectado y el motor andando, lee tranquilamente en el periódico que la temperatura media del planeta se ha incrementado en unos cuantos grados en las últimas décadas, que medio mundo y media España han perdido gran parte de sus masas boscosas en incendios forestales y que una nueva inundación se ha cobrado unas decenas de víctimas en Dios sabe dónde. ¡A él qué le importa!- Álvaro Blanco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de septiembre de 2000