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Tribuna:

Estatuto

Imaginemos por un instante que el presidente del Gobierno, tal que el próximo 6 de diciembre, reclama en su discurso institucional la reforma de la Constitución. Supongamos que dos días después su vicepresidente insiste en la idea, pero traslada al principal partido de la oposición la responsabilidad de decidir el contenido de la reforma. Y pensemos que la oposición, lejos de exigir explicaciones sobre el por qué, el para qué y el cómo de la reforma que quiere emprender el Gobierno actúa cual palmeros del Ejecutivo, limitándose a sugerir con indisimulada mala conciencia que opinen ellos. Semejante ensoñación, supuesto de producirse, provocaría un terremoto político de carácter sideral de cuyas consecuencias el personal tardaría mucho tiempo en recuperarse. Entre otras razones porque el Gobierno aparecería como un colectivo de irresponsables y la oposición como una cuadrilla de insensatos. Pues bien, tales cosas ocurren aquí respecto del Estatuto de Autonomía, que al fin y al cabo es la Constitución valenciana, y nadie parece sorprenderse de nada. La frivolidad política con que se manosea el Estatuto para una reforma siempre voceada y nunca realizada es vergonzosa. El Consell todavía no ha explicado el por qué, el para qué ni el cómo pretende que sea la reforma que él mismo impulsa. Y la oposición, cargada de una sandia responsabilidad derivada de sus años de gobierno, busca inútilmente una salida a la ratonera estatutaria. Y, a todo esto, los ciudadanos tienen problemas entre los que no se encuentra, ni por asomo, la modificación del Estatuto. La iniciativa política del Consell, secundada por la oposición, es tanto más asombrosa por cuanto es innecesaria más allá de algunas cuestiones técnicas. No es necesaria para otorgar la capacidad de disolución de las Cortes Valencianas y convocatoria de elecciones al presidente de la Generalitat porque para ello basta con cambiar la ley de Gobierno, como tienen los catalanes. Y no es preciso reformar nada para adquirir más competencias porque el propio Estatuto tiene mecanismos internos que lo permiten. En conclusión, unos y otros deberían ser menos frívolos y estudiar un poco más.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de octubre de 2000