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LITERATURA POPULAR

Palomita blanca, detén tu destino (1)

En el naufragio de los textos perdidos se recogen restos de toda índole, a veces irreconocibles. Flotan así, a la deriva del tiempo, estribillos, canciones, retahílas... Piezas sueltas de algo que sabemos fue mucho mayor y pleno de sentido en un tiempo y en un lugar concretos. A menudo la tarea de reconstruir la arquitectura completa de aquel juego, de aquel trabajo agrícola acompañado de un cantar que lo hacía menos riguroso, resulta poco menos que imposible.Sucede también que esos restos han encontrado una nueva función, y lo que antes fue parte de un rito quedó como cantinela para jugar a la comba , o un cuento desaparecido dejó para otros usos la estela de un soniquete tenebroso: "¡A carne humana me huele...!" Ya decía Lévi-Strauss que "el pensamiento mítico reconstruye sus palacios ideológicos con los escombros de un antiguo discurso social".

A veces, los materiales encontrados resultan especialmente llamativos por alguna razón; remiten con claridad a algo que tuvo que ser mucho más amplio, o la belleza comprimida en su fulgor residual estimula y orienta la búsqueda de lo que falta.

El caso que traemos hoy lo ponemos a título de ejemplo de lo que todavía se puede conseguir con una de esas búsquedas, mitad azarosa, mitad intuitiva. (La que cada cual en su ámbito podría realizar con poco esfuerzo).

¿Quién no recordará de su infancia más o menos lejana este dialoguillo que se producía a pleno pulmón por nuestras calles y plazas?:

-¿Hay pájaros en el nío?

-Sí, señor.

-¿Suerto la red?

Suértela usté!

Poh allá va!

Con múltiples y ligeras variantes, se encuentra en numerosos repertorios consultados, como cantinela o recitado que ha de gritar la niña que hace de madre, mientras otra, u otro, esconde la cabeza en su regazo. Así se da tiempo a los demás a esconderse. Al perseguidor se le llama a menudo gavilán, y la pregunta clave de la madre así lo recogía: "¿Suelto mi gavilán?"

En nuestro entorno de la Sierra de Aracena, varias personas recordaban versos sueltos de una canción que acompañaba al juego, y fue este elemento la base de nuestras pesquisas mayores. (Como norma general, puede decirse que siempre que hay una canción hubo un juego, aunque éste se haya perdido. En los casos de juegos muy rítmicos, como la comba, la canción suele llevar directamente al juego). El próximo día daremos cuenta del resultado, verdaderamente hermoso.

A. R. ALMODÓVAR

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 17 de octubre de 2000