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Editorial:

Atrapados

La coalición Convergència i Unió (CiU) atraviesa un pesaroso vía crucis. Jordi Pujol estaba acostumbrado a mandar en el Parlamento catalán sin que nadie le tosiera -gracias a sus repetidas mayorías absolutas- y a ejercer como árbitro decisivo en el Congreso merced a que sus diputados completaban la mayoría necesaria y se erigían así en bisagra indispensable. Aquellos vientos se le han tornado en contra. Su mayoría de escaños autonómicos es tan mínima que necesita al PP para gobernar en Cataluña, mientras Aznar goza de una mayoría tan holgada en las Cortes que puede prescindir de la antigua bisagra. Desde una óptica mercantil, Pujol es deudor absoluto del PP, como evidencian las votaciones clave, desde su propia investidura a los presupuestos. A cambio, sólo puede retribuir a su acreedor con un gesto político, acompañándole en decisiones que éste ya tiene ganadas de antemano para suavizar así la rudeza del rodillo.El juego satisface a ambos. A Pujol le permite mantenerse en el poder, o en una apariencia de tal. A Aznar no le conviene dejarle caer súbitamente, porque despejaría el campo al rival común, el socialista Pasqual Maragall, y porque necesita tiempo para que su contraoferta -Josep Piqué con el giro catalanista de su partido regional- ancle en la sociedad catalana. Cuanto más corre el calendario, más fagocitan los conservadores el espacio nacionalista, porque, al carecer CiU de margen de maniobra en los grandes asuntos, aparece como una mera variante o sucursal del socio dominante. De ahí que el PP catalán amague discrepancias sin dar golpes de gracia. Por eso se ha negado en dos ocasiones a votar la creación de una comisión de investigación parlamentaria sobre el caso Pallerols. Pero desde mañana deberá decidir en el Parlament si este incesante apoyo no empieza acaso a perjudicarle, contradiciendo su trayectoria justicialista radical ante casos de presunta corrupción política.

Crece la desazón nacionalista. Entre los dirigentes de CiU cunde el temor a que jamás puedan cumplir sus dos grandes promesas electorales: ampliar el autogobierno y mejorar la financiación autonómica. Las rebajas a la "fórmula Zaplana" o la parsimonia con que el Gobierno afronta la discusión prefiguran que, en el mejor de los casos, CiU obtendrá una limosna. Pujol podría optar por una mayoría alternativa (con Esquerra, con el PSC, o con ambos), pero es una operación que afronta también altos riesgos ante su electorado más conservador, y de momento prefiere correr los que le plantea su alianza con el PP.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 17 de octubre de 2000