Enfrentarse a algo que queremos y tememos no volver a ver nunca más es uno de los tragos más amargos: se parece a la muerte; a la muerte en la memoria. De niño me dolía pensar que los animales y los objetos con los que me había divertido durante el verano iban a seguir viviendo sin mí, y yo sin ellos, durante todo un año. Casi una eternidad.Cuando era adolescente temía no volver a ver a esa chica que conocí en agosto. El año de espera y sus resultados también solían ser dolorosos, porque ellas casi siempre volvían -si volvían- con un novio de Madrid que estudiaba para ingeniero. En la madurez se comprime el paso del tiempo y esperar un año por alguien es más llevadero. Lo que duele a estas alturas es la memoria convertida en melancolía por lo que pudo haber sido y no fue.- . .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 17 de octubre de 2000