El pasado sábado, por circunstancias que no vienen a cuento, me perdí asistir a la boda de unos amigos. Sin embargo, he pensado mucho en ellos, y en sus familias, durante estos últimos días. Padres de los contrayentes: emigrantes de mi generación, trabajadores, animosos. Sus amigos, regocijados asistentes al festejo, lo mismo. Gente que ha hecho este país, y no me refiero a Cataluña, sino a España entera. Hijos igualmente esforzados, bondadosos, que han accedido a una educación mejor gracias a la laboriosidad y el ingenio de sus progenitores y a su propio afán de mejorar en la vida sin hacerle daño a nadie; hijos que trabajan, orgullosos de sus mayores, dedicados a proyectos posibles.Nuestras ciudades, nuestros barrios suburbiales y nuestras bulliciosas colmenas están llenos de personas así: trabajadores. Nacieron para dar el callo y lo asumieron con naturalidad. Siempre supieron que nada se les iba a dar gratis. Las frases "arrimar el hombro" y "no se te van a caer los anillos" las inventaron ellos. Vencieron en la lucha por la supervivencia, y se tienen los unos a los otros.
Sus alegrías son tan honradas y profundas como su sentido de la responsabilidad colectiva. Se reúnen en grupo, celebran que, pasito a pasito, les haya ido bien. No han perdido raíces, al contrario: se han enriquecido con lo que encontraron en la tierra que les recibió y, en justa correspondencia, la han fertilizado con sus recuerdos e incluso sus canciones. Me habría gustado asistir a esa boda, pero sin haberlo hecho me siento igualmente aludida, y quizá mejorada, por la lección de animosa supervivencia que su eco ha traído a mi casa, a mis horas. Son muchos, y están en todas partes. Gente así es la que hace que la vida siga, y eso es lo que necesitamos, ahora más que munca.
Los sicarios que, a bombazos o a tiros, quieren convertir este país en un cementerio, no pueden interrumpir la cadena invisible y tan fuerte como el tiempo que une a los ciudadanos competentes y honrados. Es algo que no pueden entender los zánganos que presumen de patria pero que no conocen al pueblo. No saben que son las personas honradas, que trabajan y celebran lo que se han ganado a pulso, quienes finalmente acabarán venciéndoles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de noviembre de 2000