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CARTAS AL DIRECTOR

Silencio compartido

Hoy he visto todos esos ojos inquietos, tristes, muy parecidos a los míos. Lo extraño es que no conocía a nadie de los había a mi alrededor. Se trataba de un conjunto de desconocidos que por unos minutos (y desde mucho tiempo atrás) denunciábamos la misma cosa: el fin de la muerte con la que eta (no es un error, pero no merece letras más grandes) nos está obligando a desayunar muchos días, demasiados años. No conocía a Ernest Lluch, mucho más de lo que conozco a las demás víctimas. A decir verdad como la mayoría de mis desconocidos compañeros de silencio, no le conocía. Sólo sabíamos que era un luchador por la libertad, y la posibilidad de un entendimiento basado en el diálogo. Pero qué importa la identidad de la personas, no debían morir. Nadie debe morir en las cobardes garras de ETA, ni de ninguna otra forma violenta. No quiero tener que volver a comenzar ninguna clase adivinando la pérdida de más vidas en estas circunstancias a través de los ojos arrasados del profesor. No me gustaría tener que encontrarme con ese silencio compartido, que nos hiela los huesos.Pero, ¿qué hacer nosotros, todos los demás? La verdad es que no lo sé, pero las palabras de una de las canciones de Aute me vienen a la memoria: vivir es más que un derecho, es el deber de no claudicar...- María José Cremades Espinosa. Alicante.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 26 de noviembre de 2000