No soy ningún experto en ópera, sólo aficionado con algunos discos. El sábado pasado fui por primera vez al Teatro de la Maestranza a ver mi primera ópera: La Traviata. El comentario sobre la representación me lo guardo para otra ocasión, pero lo resumo en que me gustó mucho.Mi comentario lo quiero referir a la sensación de bochorno que me produjo, a mí y a mi acompañante, el comportamiento del público. Empezando por la mujer de delante que tarareaba en voz perfectamente audible los pasajes más conocidos; el de dos filas más allá sonando el envoltorio de un caramelo; los aplausos y ovaciones a destiempo y lo insoportable, lo que te hace perder toda concentración: el coro interminable de bronquíticos o faringíticos desde todos los puntos de la sala sin parar de toser, en intervalos de pocos segundos desde el principio hasta el final de la representación. Realmente bochornoso; si así nos sentíamos nosotros, no quiero ni pensar en los protagonistas, el director o los músicos.
Repito que no soy ningún entendido, ni si sé si se debe a la falta de cultura operística de la ciudad. Pero ésta misma ciudad que se jacta de "los silencios de la Maestranza", la de los toros, o del silencio en torno de cualquiera de los pasos de Semana Santa, tiene, a mi entender, mucho que aprender acerca de cómo se asiste con corrección a un espectáculo tan maravilloso en un escenario tan majestuoso.- .
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de diciembre de 2000