Detrás de la fachada de la España ultramoderna, de las autopistas de la información y de la ventanilla única se esconden aún las ciénagas burocráticas de Mariano José de Larra, las oficinas garbanceras de don Benito y, ¡cómo no!, el esperpento que no cesa.El día 22 de julio del presente año nació mi hijo Javier en el hospital Doce de Octubre de Madrid.
Mi compañera -no estamos casados y ella está divorciada- trabaja en dicho centro, aunque residimos en Alcorcón.
El personal médico del hospital nos extendió la correspondiente partida de nacimiento, donde figuran tanto los datos del niño como de los padres, y un certificado a fin de que pudiéramos registrarle en el Juzgado de Alcorcón.
Los pasos que hemos tenido que dar desde ese momento han sido los siguientes: petición del certificado de matrimonio de mi mujer, consecución de un certificado negativo de registro en el Registro Central de la calle de Pradillo, visita a un médico forense que imagino que certificó que el varón seguía siéndolo y reconocimiento formal, a petición del fiscal, del niño por el padre.
Tras esta larga peregrinación, el expediente ha de volver al Registro Central de Madrid, donde ya me amenazaron con exigirme "mi" partida de nacimiento, y, tras el consecuente engorde del expediente, regresar al Registro Civil de Alcorcón.
Total, tres, cuatro o seis meses.
A día de hoy, Javier va a cumplir cinco meses, le están saliendo sus primeros dientes y sonríe feliz, ignorante de su inexistencia.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de diciembre de 2000