Cuando el atleta alcanzó la meta del tercer milenio no ganó ningún trofeo, pero recibió una amonestación del jefe de negociado, por llegar tarde a la ventanilla de atención al público, y con un aliento de anís que tumbaba al más templado de los contribuyentes. Aquel jefe de negociado era una persona inflexible que no se andaba con abstracciones ni le importaban san Agustín, Aristóteles o Jaspers. Eso de los siglos y los milenios le parecía una excusa metafísica para escurrir el bulto. El contaba el tiempo día a día. El domingo era el domingo y hoy es martes, si pretende persuadirme de que han pasado no sé cuantos años, es que usted se ha puesto ciego de licor y fantasía. Así que dejémonos de contemplaciones. Para aquel jefe de negociado la odisea no estaba en el espacio ni tenía fecha de expedición: la odisea estaba en los agujeros negros de la papelera, por donde se colaban demasiados expedientes. Para él un minuto era la eternidad; y cada criatura que presentaba una instancia solo existía desde entonces, hasta el momento en que se le devolvía la copia debidamente cumplimentada. Cuando se enteró de que un tal Heráclito había dicho que el tiempo era un niño que jugaba a los dados, el jefe de negociado sufrió una lipotimia. Filósofos, científicos y teólogos no hacían si no encaje de bolillos, con cierta postiza arrogancia. El tiempo no era más que el horario laboral; y el mundo, una oficina donde se sellaban y archivaban documentos. Y es que, en el fondo, aquel jefe de negociado era un dios severo y con calvicie que desde su escritorio veía pasar la vida. No había tiempo psicológico, ni histórico, ni colapsos gravitatorios, ni fechas emblemáticas. Por eso cuando el atleta alcanzó la meta del tercer milenio, recordó que el contrato eventual del auxiliar administrativo se había extinguido. De manera que lo transfirió de su paraíso burocrático a la oficina del desempleo. Quería un trofeo y lo envió al paro. A esa situación los científicos la llaman tiempo propio, pero nada tiene que ver con Newton y muy poco con Einstein. Tiene que ver con la estadística y la desesperación. Que se celebre, ya es materia de fe.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de enero de 2001