He tenido noticia de que se preparan unas jornadas internacionales sobre Blanco White recién leído Hispanomanía, en donde Tom Burns Marañón desmitifica a los viajeros románticos ingleses afirmando que no gozaban de mucho prestigio entre los intelectuales británicos, y les acusa de haber pasado por España, frívola y superficialmente, para contar una historia que ya conocían antes de salir de Inglaterra a través de las opiniones de Wellington y de los escritos de Blanco White que encantaban a los lectores ávidos de romanticismo.
Es muy posible que sea verdad, sobre todo lo de los lectores encantados, porque, bastante después -y probablemente menos ávidos de romanticismo-, aquí también fuimos muchos los entusiasmados con sus Cartas de España. Por curiosidad acudí a la Enciclopedia Británica y, efectivamente -o quizá por mi torpeza con el enrevesado índice-, no conseguí encontrar a Ford, ni a Brenan, ni a Borrow, aunque sí a Blanco White, de quien confirma que nació en Sevilla y dice que fue poeta inglés, periodista y escritor de prosa diversa, principalmente recordado como amigo de los líderes del movimiento romántico inglés y del sector tradicional de la Iglesia de Inglaterra. Tras una breve reseña de su vida, añade que su soneto Night and Death, elogiado por Coleridge, es lo único que se recuerda de su obra.
Burns Marañón es algo más generoso al creerle, por ser importante en la vida literaria inglesa, 'merecedor de estudio con templanza y equidad', que es lo que, en su opinión, se le ha negado siempre en España, donde pasó de ser un 'apestado' para Menéndez Pelayo a ser un 'paradigma progresista'.
Cuestión de opiniones, tanto inglesas como españolas. Lo que parece indudable es el descontento y la inquietud anímica que debió sentir para exiliarse, dejando su carrera eclesiástica como católico y más tarde como anglicano, terminando por último en la comunidad unitaria. Tom Burns cita a John Henry Newman que, a la inversa, pasó de teólogo anglicano a católico, quien dice de su amigo Blanco White que ni en su infancia ni de anciano pudo hallar consuelo en la religión que fue para él un yugo; una tarea sin recompensa. Sin duda tendrán mucho interés las conclusiones de las próximas jornadas sobre el tema.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de enero de 2001