Aristóteles decía que hay un rincón de insensatez hasta en el cerebro del más sabio. La experiencia me ha enseñado que los humanos tendemos sobre todo a estupidizarnos en dos registros, a saber, los asuntos amorosos y la vanidad, como si ambas materias atacaran directamente a la sustancia gris y nos dejaran las neuronas hechas papilla. En las cosas del querer el daño es obvio: señoras y señores de espléndido intelecto pueden hacer el más clamoroso de los ridículos cuando les ciega la pasión. Y es que en el amor uno ofrece al amado el sacrificio de la propia inteligencia.
En cuanto a lo segundo, esto es, al desmesurado entendimiento de la propia honrilla, la verdad es que no conozco a ninguna persona que sea totalmente inmune a la vanidad. Hay gente más autocrítica y gente más petarda y narcisista, pero a todos se nos reblandece la sesera cuando nos alaban. He percibido en mí misma, por ejemplo, una agradable y sospechosa tendencia a juzgar más inteligentes a aquellas personas a las que les gustan mis libros. Somos poquita cosa, pero llena de ínfulas.
Cierto es que los escritores tenemos una vanidad muy virulenta. Puede que seamos seres más inseguros o más idiotas, porque sospecho que, en general, nos afecta más la crítica que a otro tipo de profesionales, como si en vez de rechazar un libro nuestro nos estuvieran rechazando globalmente como personas. No creo que un cirujano se lo tomara tan a pecho si alguien le dijera que su última extracción de amígdalas fue una birria. Cuento esto porque últimamente estamos padeciendo una crecida de trifulcas literarias: estupendos escritores a los que admiro y aprecio empiezan a tirarse del moño unos a otros. Llevábamos años muy tranquilos, años de vacas gordas, en los que parecía que había sitio para todos; pero ahora la presión del mercado es tan feroz que está afectando incluso a las mejores cabezas. Sí, denunciemos esa presión; y el circo de las cifras de ventas (son todas mentira), de los negros, de los favoritismos mediáticos; y que el mundo literario, como todos los mundos, está manipulado por el dinero y el poder (o los poderes). Pero intentemos no atizarnos unos a otros con nuestra vanidad pequeña y escocida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 16 de enero de 2001