Por primera vez desde el segundo juramento presidencial de Richard Nixon, en 1973, la fiesta que cada cuatro años celebra en Washington la llegada de un nuevo inquilino de la Casa Blanca fue ayer enturbiada por manifestaciones de protesta. A tenor de las pancartas exhibidas en la avenida de Pensilvania por los varios miles de manifestantes que se oponían a su toma de posesión, George W. Bush no ganó las elecciones de noviembre, es implacable a la hora de aplicar la pena de muerte, desprecia a los negros y quiere abrir Alaska a la explotación petrolífera.
Los manifestantes constituían una variopinta coalición. Había desde panteras negras con uniformes paramilitares que forcejeaban con el Servicio Secreto hasta ecologistas con atuendo hippy que reclamaban paz. En 1973, la denuncia de la guerra de Vietnam unificó a los manifestantes contra el también republicano Nixon. Esta vez, la condena de la pena de muerte y la protesta por el resultado oficial de las elecciones en Florida eran los lemas más populares, pero en realidad cada cual defendía una causa. Los había que pedían la libertad del condenado Mumia Abul Jamal y los que afirmaban que 'la ayuda de EE UU a Israel sirve para matar a niños palestinos', pasando por los que exigían la suspensión del Plan Colombia y la ayuda económica y militar aprobada por Clinton a la lucha contra el narcotráfico en ese país.
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Descendiendo de limusinas y vestidos con botas y sombreros vaqueros, los partidarios tejanos de Bush se abrían camino en el centro de Washington entre grupos que llevaban carteles que rezaban 'Gore got more' ('Gore tuvo más votos') y 'Ashcroft es un cerdo racista y sexista'. Unos y otros se miraban con la profunda desconfianza entre las dos mitades de EE UU revelada por los años de Clinton y los pasados comicios.
Un impresionante despliegue policial velaba para que todo eso no terminara como el rosario de la aurora. El Servicio Secreto, la guardia pretoriana del presidente, aportaba 2.800 agentes de paisano y 1.200 uniformados; la ciudad de Washington, 3.600 hombres y mujeres, y otros organismos de seguridad, 1.400 funcionarios adicionales. La jornada fue fría y húmeda, y, en contra de la tradición, decenas de miles de capitalinos no fueron al centro a ver el desfile que transportó a Bush desde el Capitolio hasta la Casa Blanca.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de enero de 2001