Recientemente, el señor Otegi, en un programa de televisión, se dirigió al pueblo madrileño con un persuasivo argumento: '¿En qué le cambia la vida a un ciudadano español el reconocimiento del derecho a la autodeterminación del pueblo vasco? En nada (...) y recuperaría el clima de distensión que me imagino está deseando obtener'. Le respondo como simple ciudadano: no habría mayor dolor e indignidad para mí que contemplar cómo mi país cede ante el chantaje y la extorsión fascista. Por supuesto que mi vida cambiaría: tendría la conciencia de que el asesinato y la violencia son más eficaces que los mecanismos democráticos a la hora de defender ideas; sentiría que los que han creado un clima de extorsión e intimidación han ganado; pensaría todos los días en las víctimas inocentes y en sus familias, que con estupefacción verían cómo se les concede 'razón' a los verdugos.
A ver si nos entendemos, señor Otegi. La independencia del País Vasco, en abstracto, es algo que nos deja indiferentes a muchos españoles. Lo que no toleramos, ni toleraremos nunca, es que se alcance por medio del tiro en la nuca. Le ratifico la postura de los ciudadanos de bien -que sé que también abundan en el País Vasco-: nunca vamos a acobardarnos ante ustedes.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de enero de 2001