Recuerdo que uno de los momentos más humillantes de mi vida se produjo cuando, siendo alumno de la Escuela de Arquitectura Técnica, de la Universidad Politécnica de Madrid, organizamos una salida de tres días a Alcorcón para hacer un estudio de las aberraciones urbanísticas que en el ámbito del urbanismo y la arquitectura se pueden padecer y sufrir en una ciudad.
Cito la humillación porque poner de ejemplo negativo para un estudio el municipio donde uno reside hace que uno mismo se avergüence de residir allí. Y, tristemente, se pueden enumerar barbaridades que ya procedían de los anteriores gestores municipales y que los actuales no hacen sino ahondar o enquistar el caos de lo que constituye la parte central de Alcorcón. Cualquier ciudad de la entidad demográfica y territorial debería contar con un enorme centro peatonal, un área de centralidad que sirva de eje referencial de articulación del municipio.
No sólo Alcorcón carece de lejos de esa estructura imprescindible en todo diseño urbano racional, sino que el escaso tramo denominado peatonal ha estado siempre lleno de coches aparcados a sus anchas ante la pasividad e inoperancia que caracteriza a la Policía Municipal de Alcorcón, ofreciendo un aspecto caótico y dantesco propio de cualquier urbe tercermundista. He enunciado en pasado estas últimas frases porque resulta que en los últimos días al Ayuntamiento de Alcorcón se le ha ocurrido la brillante idea de ¡colocar bolardos en una zona peatonal de la calle Mayor! El colmo del esperpento.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de enero de 2001